Cómo Jesús me veía
Cuando pienso en Semana Santa a menudo se me viene a la mente memorias de cuando era niña. Usualmente en esa época estábamos en la casa de mi abuela materna y recuerdo que todos nos sentábamos alrededor del televisor para ver la película de Jesús de Nazaret. He visto varias películas acerca de la vida de Jesús, pero esa siempre ha tenido un lugar especial en mi corazón, tal vez porque era la que recuerdo de cuando era niña.
Pero ¿te digo algo? No me gustaba verla. La veía porque toda mi familia junta la veía, y nunca le confesé a nadie como me sentía. Y es que no me gustaba ver a Cristo sufriendo, crucificado, lleno de sangre y en agonía. No soportaba verlo así. Y no es que era algo muy fuerte para ver como niña, porque ahora ya grande, la sensación es la misma. Pero un día sentí que el Señor me dijo: “así como te sientes cuando ves esa película, cuando ves una imagen que muestra como mi cuerpo fue herido, maltratado, cubierto de sangre, así como te sientes, me sentí Yo por ti porque te vi de la misma manera. Estabas cubierta de sangre, herida, sufriendo y muriendo y Yo no soportaba verte así.” No fue un pensamiento que vino de mi misma, me lo dijo por medio de su Palabra.
En Isaías el Señor le dice a Israel que “tienen la cabeza herida y el corazón angustiado. Desde los pies hasta la cabeza, están llenos de golpes, cubiertos de moretones, contusiones y heridas infectadas, sin vendajes ni ungüentos que los alivien” (1:5b-6). Así estábamos bajo la maldición del pecado. Todos cubiertos de moretones, heridas, contusiones, y ni nos dábamos cuenta, pero el Señor sí. Con razón la Biblia dice que Dios nos amó tanto que mando a Cristo a morir por nosotros (Jn 3:16). Dios nos vio cubiertos de heridas y en su gran amor y compasión se hizo carne para sanar cada una de esas heridas ocasionadas por el pecado. Romanos 5:8 dice que cuando éramos pecadores Cristo murió por nosotros. O sea, cuando Él nos vio golpeados y adoloridos no nos dejó como estábamos, sino que vino a morir por ti y por mi trayendo así con Él los vendajes y ungüentos que nos podían aliviar y sanar.
Cuando el leproso se le acerco y le dijo: “¡Si tú quieres, pues sanarme y dejarme limpio! Jesús extendió su mano y lo toco: ‘Sí quiero’ - dijo. Queda sano” (5:12-13). La lepra era símbolo de pecado. Dependiendo del tipo de lepra, el cuerpo se llenaba de llagas, hasta se caía la piel, las personas infectadas eran consideradas impuras y tenían que vivir aisladas, en el abandono. Cuando aceptamos a Cristo como Salvador nos acercamos a Él como ese leproso, lleno de llagas, y Él extendió su mano, nos tocó y quedamos sanos. Nuestra piel que antes estaba cubierta de heridas infectadas vino a ser “sana como la de un niño” (2 Re. 5:14), al igual que la de Naamán.
Uno de mis pasajes favoritos, Efesios 5:25-28, dice que Cristo entregó su vida por la iglesia para “presentársela a sí mismo como una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni ningún otro defecto” (v.27). Ya no estamos marcadas por el pecado gracias a que Él “llevo nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” (Isa. 53:4), y fue “herido por nuestras rebeliones,” y “fue azotado para que pudiéramos ser sanados” (v.5). Él fue “Hombre de dolores” (v.3), para quitarnos nuestro dolor. ¿Te das cuenta? Él sufrió los golpes, heridas, llagas, dolores, y sufrimientos que el pecado causó en nosotras. Él se convirtió en la cruz en lo que nosotras éramos para convertirnos en lo que Él es - ¡Glorioso! Y ya ante Él sin mancha, sin ninguna herida infectada, ni ningún defecto podemos decir con toda confianza: “Cuando mi Amante me mira se deleita con lo que ve” (Cantar 8:10).
Cuando veas una película acerca de la vida de Jesús y lo veas sufriendo y cubierto de sangre, cuando le veas la piel rota por los látigos, cuando veas que los soldados le dan de golpes, cuando veas los clavos atravesando sus manos y sus pies, cuando lo veas ahí en agonía en la cruz y sientas dolor por lo que ves acuérdate que lo hizo porque así te vio a ti y no soportó verte en tal sufrimiento. Aguanto todo, soportó cada una de las heridas, por amor a ti. Pero valió la pena, ahora esta satisfecho, porque logró lo que tanto quería, pasar sus manos por cada una de tus heridas, restaurar lo que el pecado había dañado y tenerte a su lado. “Cuando vea todo lo que se logró mediante su angustia, quedara satisfecho” (Isa. 53:11). Te ve a ti, sin mancha, gloriosa, y está totalmente satisfecho. ¡Qué amor!