Un dulce Recuerdo
Esta mañana salí temprano a tomar estas fotos. Aunque tenemos casi 14 años viviendo en Carolina del Norte la nieve no pierde su encanto. Todo se ve y se siente diferente. El cielo resplandece y todo al rededor brilla iluminado por la blancura de la nieve. Traté de estar afuera sin mis lentes de sol, pero me tuve que regresar a buscarlos porque todo brilla demasiado. Me fascina salir y caminar escuchando el sonido que hace la nieve con cada uno de mis pasos. Es una experiencia única. Es algo contarlo y verlo en foto y es otra cosa vivirlo. Es como ver fuegos artificiales en una foto, nada que ver con disfrutarlos en persona. Mientras disfrutaba de todo el encanto a mi alrededor (alrededor porque por dentro me estaba congelando, ya no sentía ni los pies ni las manos) el Señor me recordó de algo.
Mientras caminaba El Señor me recordó el día que regrese a Él. Es tan difícil describirlo con palabras, pero lo voy a intentar. Estuve apartada del Señor por casi 8 años y en todo ese tiempo el Espíritu Santo nunca jamás me dejo. En muchas ocasiones estuvo callado, pero nunca me dejo. Al final de esos ocho años estuvo buscándome intensamente, susurrándome vez tras vez que regresara. Por mucho tiempo trate de resistirlo, pero un día de agosto en el 2013 Él fue para mí irresistible. Yo ya no podía más. Su amor era demasiado fuerte. Todas las excusas que habían llenado mi corazón en el pasado Él las desvaneció. Todos los sentimientos de culpa, la vergüenza, la miseria, la suciedad, toda duda, todo pensamiento que me acosaba “¿Cómo le vas a pedir perdón a Dios después de todo lo que hiciste? ¿Cómo piensas acercarte a Él que es tan santo y tu tan sucia?”, todo, pero todo eso Cristo se lo llevo.
Yo quería tanto que Él me perdonara y Él quería tanto que yo lo dejara perdonarme. Y al fin me rendí. Sentí los brazos tiernos de ese Hombre que entregó su vida para perdonarme. Por muchos años conocí al Señor como Salvador, pero por primera vez ese día de agosto lo conocí como Novio, como aquel Hombre que está totalmente enamorado de mí. Sí, enamorado. Y entendí que nada ni nadie lo hará desistir de este amor. Con un corazón destrozado por el pecado y con el rostro lleno de lágrimas le decía, “Señor, pero ¿por qué? ¿Por qué me sigues buscando? ¿Por qué me amas tanto?" Y no sé cómo, pero llegue a Ezequiel 16. El verso 8 dice: "Cuando volví a pasar, vi que ya tenías edad para el amor. Entonces te envolví con mi manto para cubrir tu desnudez y te pronuncié mis votos matrimoniales. Hice un pacto contigo dice el Señor Soberano, y pasaste a ser mía". Fue como si el Señor me dio un beso con esa respuesta y calló todas mis preguntas. “Nunca te voy a dejar porque he hecho un pacto contigo, eres mía.”
El amor del Señor es indescriptible. No creo que nunca pueda explicar a totalidad lo que sentí ese día y lo que continúo sintiendo cada vez que recuerdo como el amor de Dios me venció. Mi pecado fue grande, sí, pero su amor fue y es millones de veces aún más grande. El amor de Dios no es una novela, tampoco es de fantasía. Es real, es verdadero, lo podemos experimentar. Una cosa es contarlo y otra cosa es vivirlo. ¿Lo has vivido tú? ¿Haz experimentado el amor de Dios o solo lo conoces por lo que te han contado? Él quiere ser más que tu Salvador, quiere tener una relación intima personal cerquita contigo. Dile como dijo la Sunamita: “! ¡Oh, si Él me besara con besos de su boca!” (Cantar de los Cantares 1:2) Pídele un beso, muchos besos, y el Enamorado de tu alma te los dará.